Del 17 de julio al 3 de agosto un grupo de colegiales tuvimos la suerte de ir a ayudar a Nouvelle-Ousrou, una pequeña aldea costamarfileña cercana a Dabou.

El viaje, desde el momento en que nos bajamos del avión hasta que nos despedimos del país africano, fue un gran choque cultural. La travesía de la ciudad a la aldea con unas vistas sorprendentes, con las calles a rebosar de puestos ambulantes, de gente de un lado para otro, yendo por carreteras en plena fase de construcción o por caminos de tierra con grandes arboledas a los lados, nos fue haciendo a la idea que la experiencia que acababa de comenzar iba a ser inolvidable.

Cuando la furgoneta nos dejó en la parroquia local, que sería nuestro centro de maniobras, todo el pueblo se reunió a nuestro alrededor para darnos la bienvenida pese a ser ya noche cerrada. A la mañana siguiente, fuimos a visitar al jefe de la aldea y siguiendo las costumbres locales, después de transmitirle las noticias que traíamos y el motivo que nos había llevado a realizar esta aventura, pudimos disfrutar del “agua caliente” que nos ofrecían.

Nuestra labor iba a consistir en pintar algunas zonas de la parroquia, pero como la pintura aún estaba en camino aprovechamos para visitar el pueblo mientras nos explicaban las diferentes costumbres, tradiciones o formas que tenían de ganarse la vida.

Cuando llegó la pintura al tercer día de nuestra llegada, empezamos a dedicar las mañanas a pintar rodeados de los niños. Alguno incluso entusiasmado con el plan, cuando veía una brocha o rodillo suelto, se ponía también manos a la obra.  Por la tarde, después de comer tocaba juegos con los niños con especial triunfo, además del fútbol, del pañuelo o el piedra, papel o tijera.

El fútbol, como no podía ser de otro modo, nos ayudó a ganarnos a los adolescentes con los que pudimos disfrutar de unos partidos intensos con todo el poblado animando mientras el sol se iba descolgando por el horizonte.

Según pasaban los días nos íbamos involucrando más y más en la vida cotidiana del pueblo, gracias en gran medida a algunos lugareños como Brisse, Aaron, Abbe Blaise, “Merci Seigneur”, Raúl y tantos otros que nos hacían sentir como en casa.

A partir de la segunda semana empezamos a distribuirnos para que mientras unos jugaban con los niños y adolescentes otros pudieran dar clases de español a los interesados, que fueron las niñas de la aldea en gran medida.

Los fines de semana aprovechábamos para hacer excursiones y entre ellas caben destacar la playa de Jackville, la visita a la capital y su famoso estanque de cocodrilos, o la Basílica de Nuestra Señora de la Paz.

Nuestro viaje llegaba a su fin y tras un par de “banquetes” de despedida, antes de nuestro regreso a Abidjan para coger el vuelo de vuelta, repartimos todo el material deportivo, medicinas y ropa que habíamos llevado desde Madrid. Nos gustaría dar un agradecimiento especial a la Fundación Real Madrid y a Cooperación Internacional por su generosa contribución.

Destacar de forma especial la ayuda de Nicaise que nos acompañó durante todo el viaje haciéndonos de traductor y al que esperamos poder ver pronto visitando Moncloa, y también la ayuda de Jibril que fue nuestro contacto local y quien hizo posible que este voluntariado saliese adelante.

Por otro lado, toda esta aventura la supimos disfrutar y aprovechar al máximo gracias a la presencia de Dios que se palpaba no solo cuando íbamos a misa, en especial la del domingo con un coro que te dejaba la piel de gallina, sino también en la sonrisa contagiosa de cada uno de los niños que pese a no tener gran cosa se les veía con una felicidad que ya nos gustaría tener a todos nosotros.

Creo que todos hemos crecido humana y espiritualmente en este viaje, y ahora nuestra misión es transmitir en nuestra vida diaria todo lo que hemos aprendido. También emprender grandes proyectos para este nuevo curso y quién sabe, quizá repetir la experiencia “Grow in Dabou”.

Manuel Sureda de Lucio
3º de Ingeniería Civil + ADE (UPM)

 


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