La pasada noche tuvimos la primera sesión del Ciclo «Abre los ojos», y una tempestad llamada Pedro Herrero irrumpió en la sala de estar de Moncloa para romper con todos nuestros esquemas. Unos esquemas que hasta la fecha parecían perfectos e inquebrantables. Sin embargo, el ponente despertó en el público una inquietud, una inquietud por reivindicarse.
La velada comenzó con una simple pregunta: “¿Cuántos de los presentes cursáis una carrera de ciencias?” La gran mayoría levantamos la mano. “¿Cuántos de aquí una carrera de letras puras?” Amplio silencio, solamente dos asintieron. ”De todos los que estáis, únicamente estas dos personas son quienes realmente pueden intervenir en la moral social”, espetó Pedro. Inmediatamente la atención del público se centró en el orador. “¿Cómo es que yo no intervengo en la moral social” me pregunté. La respuesta fue clara: las carreras tanto de ciencias como ingeniería, proveen de un gran repertorio de capacidades y habilidades pero carecen de una prácticamente decisiva: la capacidad real de influir en la sociedad. Pero no hablo de una influencia de carácter técnico o científico, sino influir desde el espectro de la moral, la moral social.
“Vosotros estáis condenados a ser sujetos pasivos de la moral comunitaria en la que vivís”, afirmó nuestro ponente. Y el hecho es que tiene razón, realmente no estamos dotados de las herramientas idóneas para influir de facto en las opiniones del grupo, de la sociedad; a diferencia de la minoría señalada previamente que sí dota de ellas y está llamada a ejercer tal poder a través de la cultura. El grueso de nosotros pues, quedamos como sujetos discapacitados de una comunidad que pese a pertenecer a la misma, no goza a priori de la posibilidad de cambiarla.
Quizá sea cierto, como decía nuestro orador, que “a día de hoy creéis que aquello que os va a servir o completar como personas es la dimensión laboral; grave error” . El individuo moderno puede tener la impresión de ser más libre en estos tiempos (de eso no hay duda); pero es libre bajo la falsa idea de la multiplicidad de opciones, ya que éstas sólo se reducen a una: congeniar con el grupo y comulgar de la moral social. Ambas íntimamente ligadas.
“Se os insta a ser muy buenos según el comportamiento moral establecido por la sociedad, pero ¿qué pasa si esa moral simplemente no os representa y no queréis ser partícipes de la misma?”, preguntó Pedro Herrero. Para reafirmar su interrogante se apoyó en un ejemplo muy representativo: el confinamiento abusivo durante la pandemia y la suspensión de múltiples libertades y derechos que ello implicó. Y lo sorprendente es que la amplia mayoría, antes de plantar oposición a dichas medidas, o simplemente cuestionar su idoneidad, se limitó a aceptarlas con resignación.
En situaciones como éstas es donde se pone en evidencia hasta dónde llegan los brazos de un Estado; y se consigue la plena subordinación del grupo, de la sociedad, ante sus propias decisiones, en este caso sanitarias. El hecho es que somos conducidos desde pequeños (cuando más influenciables somos) a congeniar y aceptar sin cuestionamiento las consignas del Estado.
En relación a este asunto, hizo ver cómo se ha acostumbrado a identificar la protesta social y la contestación a la autoridad como algo propio de hippies y demás cuando, en contraposición, lo más natural y racional en esta vida es quejarse ante las injusticias; y más si estas son palpables. La cuestión es que esta dejadez de reivindicación trae consigo que se pierda la calle hasta quedarse en minoría con el transcurso de las décadas. Porque quien no libra la batalla, la pierde.
Otro ejemplo es el del catolicismo: en muchos casos, se presenta como un agente incómodo ante los grandes lobbies. Es por esta razón que sistemáticamente se le ataca y demoniza ya que, en el fondo, temen que éste venza y muestre a la sociedad actual unos principios y valores basados en el amor y la creencia sincera en la dignidad individual, no como la óptica mercantilista y de producción con la que se mira al individuo contemporáneo.
No obstante, es incomprensible -y así nos lo hizo ver Pedro Herrero- que, pese a tener de lado en el debate moral a la ciencia, a la evidencia y en última instancia a Dios, no sea uno capaz de dar la batalla cultural y se quede al margen de la misma. Abstenerse del debate es inducir al rival a la falsa creencia de que sus dogmas son irrefutables y fidedignos y , a su vez, cederle el terreno para asentarse como máxima ante la sociedad.
Y, por esta razón, instó a ejercer una contestación proactiva y a no doblegarse ante la ola de declive moral de la que se está rodeado. El ejercicio no es de abstracción sino de inmersión. Si no cambias nada, nada cambiará.
Todos estos mensajes impactaron más en el público, si cabe, dado que el propio ponente especificó que se declaraba ateo.
Después de su arenga, entendí que si se vive en una sociedad donde las leyes no se cuestionan sobre si buenas o malas sino en si son constitucionales o no; en una sociedad donde la muerte se ofrece como solución; en una sociedad donde se denigra al individuo hasta mercantilizarlo; en una sociedad donde no se valora a las personas mayores; en una sociedad donde la vida carece de principios, no hay más alternativa que plantarle cara. Tal es el designio: levantar un férreo muro que sirva de dique de contención ante la caída y perversión del modelo de vida occidental.
Si ese es el objetivo, la cultura es la única vía de acción. Porque el cálculo diferencial, las teorías de campos, los monosacáridos y el álgebra lineal son fundamentales, pero de nada sirve dotar de una mejor tecnología y recursos a una sociedad si ésta está sumida en la más infame de las miserias morales.
José Manuel Jiménez Fernández
Estudiante de 1º de Ingeniería Aeroespacial
Compartir:

